Origen del Fuego (Ecuador)
Los Jíbaros o Shuar son tribus indígenas
encontradas en la región amazónica del Perú, en el este del Ecuador y en
Colombia occidental. El Jíbaro era violentamente agresivo con otras tribus y
extranjeros, luchando con lanzas, y cerbatanas. Las cabezas de sus enemigos
caídos eran preservadas con humo y conservadas como trofeos. Los jíbaros eran
reacios a todo tipo de influencias del exterior, ya fuera la subyugación Inca,
la influencia europea (sobre todo española) y la cristianización. El mito que se
relata a continuación, fue tomado del bolg Glorfindel y transcribe el relato
registrado por Rafael Karsten en la obra Mitos de los indios jibaros (Shuara)
del Oriente del Ecuador (1919):
Los ancestros Jíbaros no conocían el fuego, y acostumbraban tomar los alimentos manteniéndolos durante buen tiempo entre sus mandíbulas cerradas, para lograr entibiarlos. También aquellos antiguos dejaban la comida en los claros de la selva para que el Dios Padre Sol, «Etsa» lo calentara con su divina alma ardiente.
En esos tiempos tan lejanos, los Jíbaros no tenían forma humana, sino que eran Pájaros, y sólo uno de ellos, de nombre Takea, conocía el secreto para producir fuego, frotando dos palos entre sí. Takea era envidioso. No quería que nadie más supíera hacer lumbres, y su alma temebrosa lo hacía estar al pendiente de los intentos que hacían los otros Jíbaros para robarle el fuego, así que en el momento en que escuchaba aleteos de Pájaros acercándose a su guarida, esperaba el momento justo para destrozar al ave intrusa, cercenándola con el filo de la puerta y el muro de su madriguera.
Sin embargo un día llega un minúsculo Pájaro-Mosquito y les propone a los demás Jíbaros una estratagema para hurtar a Takea el secreto del fuego. Todos consienten. El Pájaro-Mosquito moja sus pequeñas alas, y se pone a simular temblores de escalofrío cuando mira acercarse a la mujer de Takea. Esta siente compasión por el pajarillo y lo introduce a la casa, acercándolo al fuego. Como el Pájaro-Mosquito es demasiado pequeño para cargar uno de los troncos ardientes, finge todavía más su falsa enfermedad, y engaña a la mujer de Takea, quien lo coloca a la misma orilla de las chispeantes ramas. Entonces el Pájaro-Mosquito acerca las plumas de su cola a las lumbres, se le encienden y antes de otra situación, escapa rumbo al bosque.
En esa parte las “almas” de los árboles son ancianas, de manera que sus cortezas están llenas de rugosidades y están prestas a arder. Las chispas de sus plumas traseras queman, en efecto a unas ramas, y el ingenioso ladrón la toma con el pico para de inmediato dirigirse al escondite donde lo aguardaban sus secuaces. Les grita: «Ahora ya tenéis el Fuego. Tomadlo y llevádselo lejos de Takea. En adelante, no tendréis necesidad de calentar vuestros alientos debajo de los brazos y dentro de sus mandíbulas».
Takea mientras tanto reclama enfurecido a su mujer: «¿Por qué dejaste entrar a ese ladrón Pájaro-Mosquito? ¡El miserable nos ha robado nuestro fuego y ahora todo mundo podrá tenerlo! ¡Y tú mujer, tú eres la responsible de esta fechoría!».
Desde entonces, los Shuar son dueños del secreto del Fuego, y saben producirlo al frotar reciamente a dos trozos de madera de algodón, uno contra el otro.
Los ancestros Jíbaros no conocían el fuego, y acostumbraban tomar los alimentos manteniéndolos durante buen tiempo entre sus mandíbulas cerradas, para lograr entibiarlos. También aquellos antiguos dejaban la comida en los claros de la selva para que el Dios Padre Sol, «Etsa» lo calentara con su divina alma ardiente.
En esos tiempos tan lejanos, los Jíbaros no tenían forma humana, sino que eran Pájaros, y sólo uno de ellos, de nombre Takea, conocía el secreto para producir fuego, frotando dos palos entre sí. Takea era envidioso. No quería que nadie más supíera hacer lumbres, y su alma temebrosa lo hacía estar al pendiente de los intentos que hacían los otros Jíbaros para robarle el fuego, así que en el momento en que escuchaba aleteos de Pájaros acercándose a su guarida, esperaba el momento justo para destrozar al ave intrusa, cercenándola con el filo de la puerta y el muro de su madriguera.
Sin embargo un día llega un minúsculo Pájaro-Mosquito y les propone a los demás Jíbaros una estratagema para hurtar a Takea el secreto del fuego. Todos consienten. El Pájaro-Mosquito moja sus pequeñas alas, y se pone a simular temblores de escalofrío cuando mira acercarse a la mujer de Takea. Esta siente compasión por el pajarillo y lo introduce a la casa, acercándolo al fuego. Como el Pájaro-Mosquito es demasiado pequeño para cargar uno de los troncos ardientes, finge todavía más su falsa enfermedad, y engaña a la mujer de Takea, quien lo coloca a la misma orilla de las chispeantes ramas. Entonces el Pájaro-Mosquito acerca las plumas de su cola a las lumbres, se le encienden y antes de otra situación, escapa rumbo al bosque.
En esa parte las “almas” de los árboles son ancianas, de manera que sus cortezas están llenas de rugosidades y están prestas a arder. Las chispas de sus plumas traseras queman, en efecto a unas ramas, y el ingenioso ladrón la toma con el pico para de inmediato dirigirse al escondite donde lo aguardaban sus secuaces. Les grita: «Ahora ya tenéis el Fuego. Tomadlo y llevádselo lejos de Takea. En adelante, no tendréis necesidad de calentar vuestros alientos debajo de los brazos y dentro de sus mandíbulas».
Takea mientras tanto reclama enfurecido a su mujer: «¿Por qué dejaste entrar a ese ladrón Pájaro-Mosquito? ¡El miserable nos ha robado nuestro fuego y ahora todo mundo podrá tenerlo! ¡Y tú mujer, tú eres la responsible de esta fechoría!».
Desde entonces, los Shuar son dueños del secreto del Fuego, y saben producirlo al frotar reciamente a dos trozos de madera de algodón, uno contra el otro.
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