Horror en los Montes
En 1959 un grupo de nueve alpinistas mueren de manera
desconocida en los Montes Urales, esta es la inquietante historia del gran
misterio de la antigua URSS.
A principios de febrero de 1959 el tiempo era bueno en la
zona de los Urales. Una decena de estudiantes y experimentados alpinistas,
encabezados por Igor Dyatlov, de 23 años, se preparaba para realizar una
expedición a la cordillera montañosa. Cuando emprendieron la marcha hacia la
base del monte Otorten nadie presagiaba su fatal destino. Al llegar al último
lugar de aprovisionamiento un miembro del equipo, Yuri Yudin, enfermó
repentinamente, lo que le obligó a quedarse allí para recuperarse ante la
imposibilidad de seguir el ritmo del resto del grupo de estudiantes.
Paradójicamente, aquella circunstancia se convirtió para su protagonista en un
suceso providencial y, al mismo tiempo, en una pesadilla. Desanimado, Yudin se
despidió de sus nueve compañeros. Sería la última vez que los vería con vida. Lo
que les ocurrió a partir de ese momento sigue siendo un completo
misterio.
De acuerdo a las normas básicas de seguridad, cuando
llegaran a la zona de Vizhai, de regreso de la montaña, Dyatlov tenía que enviar
un telegrama al Instituto Politécnico de los Urales, donde estudiaban todos los
integrantes del grupo. El joven calculaba que eso sucedería alrededor del 12 de
febrero, pero advirtió, no obstante, que podría retrasarse algunos días si el
tiempo se complicaba. Por este motivo nadie se percató de su desaparición hasta
pasadas varias semanas. No fue hasta el 20 de febrero cuando las familias de los
excursionistas dieron la voz de alarma ante la falta de noticias de sus seres
queridos. Entonces se movilizó un equipo de rescate compuesto por miembros de la
policía y del ejército y por un grupo de profesores y alumnos de lo que hoy es
la Universidad Técnica de los Urales. Tras varios días de búsqueda, el 26 de
febrero encontraron el último campamento que habían establecido los estudiantes.
Su estado no presagiaba nada bueno. El estudiante que lo halló, Mijail Sharavin,
dibujó una instantánea escalofriante: las tiendas estaban totalmente rajadas
desde dentro y cubiertas parcialmente por nieve. No había nadie en su interior,
pero, extrañamente, los objetos personales, incluso la ropa de abrigo,
permanecían allí. Al revelar las fotos de las cámaras que los jóvenes habían
dejado atrás como mudos testigos de lo sucedido, se determinó que el grupo había
acampado en ese lugar el 2 de febrero hacia las cinco de la
tarde.
El equipo de rescate encontró también un conjunto de huellas
en línea recta que partían de las tiendas de campaña. Los expertos aseguraron
que pertenecían a un grupo de unas ocho o nueve personas, lo que demostraría que
todos los estudiantes huyeron prácticamente desnudos. Unos llevaban calcetines y
otros, una única bota, pero algunos escaparon con los pies descalzos. Las
huellas se hundían unos 90 cm en la nieve y no revelaban signos de violencia ni
la presencia de alguien ajeno al grupo. Conducían hacia una pequeña cuesta que
llevaba a una masa arbolada cercana, pero tras 500 m desaparecían sin dejar
rastro. En el borde del bosque aparecieron los cuerpos sin vida de dos de los
estudiantes desaparecidos: Georgi Krivonischenko, de 24 años, y Yuri Doroshenko,
de 21. Sus cadáveres descansaban bajo un gran pino vestido únicamente con ropa
interior y sin signos externos de violencia. Junto a ellos se veían los restos
de una hoguera y algunas ramas del pino destrozadas. A pocos metros, en un claro
de la arboleda, yacían los cuerpos de Rustem Slobodin, de 22 años, de Zina
Kolmogorova, de 22 años, y de Igor Dyatlov, de 23. Por la posición de los
cadáveres, parecía que los jóvenes habían tratado infructuosamente de llegar al
campamento. Este espeluznante hallazgo provocó que se pusiera en marcha una
investigación. La autopsia que se realizó a los cinco cuerpos no arrojó datos
relevantes: los estudiantes habían muerto por hipotermia y no presentaban
lesiones externas. Tan solo uno tenía una pequeña fractura en el cráneo que no
había sido la causa de su muerte. Y es que, salvo por los detalles escabrosos
que presentaban el campamento y el hecho de que los estudiantes lo abandonaran
sin ropa, todo lo sucedido entraba dentro de los parámetros de lo aparentemente
lógico. Pero aún quedaban por encontrar cuatro de los estudiantes. El
descubrimiento de sus cuerpos dio un dramático giro a los
acontecimientos.
Establecer
el paradero de los demás excursionistas costó casi dos meses. Los cuatro estaban
enterrados bajo 5 m de nieve cerca de una especie de pequeño barranco, próximo
al lugar donde se habían encontrado los cuerpos de las otras víctimas. Eran
Nicolas Thibeaux-Brignollel, de 24 años, Ludmila Dubinina, de 21, Alexander
Zolotaryov, de 37, y Alexander Kolevatov, de 25. El cráneo de Thibeaux estaba
prácticamente destrozado por dentro, y Zolotaryov y Dubinina tenían varias
costillas rotas. Además, la muchacha no tenía lengua. Pese a ello, las lesiones
externas que presentaban eran prácticamente inapreciables. Y, al contrario que
los demás, estaban vestidos. Parecía como si los últimos en morir se hubieran
apropiado de las ropas de quienes habían fallecido primero, ya que el cuerpo de
Zolotaryov vestía un abrigo de piel y un sombrero de Dubinina, mientras que los
pies de esta última estaban envueltos en los pantalones de Krivonischenko. Tras
tres meses de análisis, la investigación sobre el caso se dio por zanjada sin
llegar a ninguna conclusión. Sin testigos, sin nadie a quien acusar y sin
pruebas sustanciales sobre lo ocurrido era lo más previsible. El caso quedó bajo
secreto de sumario y se prohibió el acceso a la zona donde habían ocurrido los
hechos durante los tres años siguientes. Hasta el momento se han desclasificado
muy pocos documentos al respecto. Pero, a pesar de los esfuerzos de las
autoridades por acallar este espeluznante suceso, los compañeros y los
familiares de los jóvenes impulsaron la creación de una organización que se ha
dedicado a tratar de desentrañar el misterio durante los últimos 49 años: la
Fundación Dyatlov.
Esta asociación se ocupó del caso desde sus inicios, tratando
de comprobar la validez todas y cada una de las hipótesis que se han planteado
para tratar de reconstruir los hechos que sucedieron aquella fatídica noche. Hoy
prosigue esta tarea su director actual, Yuri Kuntsevich. Las primeras teorías
culpaban de las muertes a la tribu que habitaba aquel lugar, los Mansi, ya que
se planteó la posibilidad de que los excursionistas hubieran profanado algún
lugar sagrado de este pueblo. Pero esta hipótesis fue descartada de inmediato
debido a que ni la montaña de Otorten ni Kholat-Syakhl eran considerados como
tales por los Mansi y, además, nunca se encontraron huellas de otras personas en
el campamento. Es más, años después algunos especialistas en Medicina forense,
como el doctor Borís Vozrozhdenny, han explicado que es imposible que un ser
humano pueda ocasionar las heridas internas que presentaban los últimos cuatro
cadáveres, que son parecidas a las que se producen en un accidente con un
vehículo a toda velocidad: externamente no se aprecian, pero los daños internos
son fatales. Descartada la intervención humana, los investigadores comenzaron a
localizar a los testigos de la época. En 1990 el investigador Iev Ivanov
consiguió entrevistar a varios militares y meteorólogos que relataron que entre
febrero y marzo de 1959 se habían divisado en la zona unas “esferas
brillantes”.
Para Ivanov esas esferas brillantes
eran la clave del misterio. Entre los pocos documentos desclasificados sobre el
caso existe uno que hace referencia a unos excursionistas que acamparon a unos
50 km de distancia de los nueve fallecidos. El informe recoge que en la noche
del 2 de febrero vieron “extrañas esferas luminosas de color naranja que
flotaban en el cielo en dirección a Kholat-Shiyakhy, sobre las montañas de
Otorten”. De nuevo las luces eran las protagonistas en estos testimonios, lo que
dio pie a que los investigadores especularan con la posibilidad de que una de
aquellas esferas hubiera provocado que alguno de los excursionistas –si no
todos- decidiera seguirlas y hubiera animado a los otros para que lo
acompañaran. Aquellas luces podrían haber provocado una explosión, que sería la
causante de las lesiones internas que presentaban los cadáveres.
Para Yudin, el único superviviente, esta hipótesis
es la más plausible, ya que explica las heridas y el extraño tono bronceado que
presentaban los cadáveres cuando fueron encontrados. Pero, sin duda, la prueba
que más la refuerza es el hallazgo de altos niveles de radiación en las ropas
que portaban los cadáveres. Sin embargo, a pesar de que la zona se rastreó en
varias ocasiones, nunca se encontraron pistas o señales de una posible
explosión.
EXPERIMENTO
MILITAR
El secretismo y la intervención militar, así como el momento
en el que se produjeron los acontecimientos sugieren que los jóvenes fueron
víctimas de un experimento militar, que acabó en desastre. Incluso es posible
que se tratara de un fallido lanzamiento de un misil o un cohete, aunque el
cosmódromo de Baikonur (Kazajstán) no conserva expediente alguno de una
iniciativa de este tipo. Así lo confirmó Alexander Zeleznyakov, historiador
especializado en misiles soviéticos y alto funcionario de la Corporación de
Energía Espacial Soviética. Asimismo, el Ministerio de Defensa y la Oficina de
Atención Ciudadana aseguraron que ellos tampoco tenían constancia de que se
hubieran llevado a cabo experimentos en los Urales que coincidieran en las
fechas y en el lugar con el suceso. A pesar de todo, Yuri Yudin mantiene su
empeño de esclarecer el caso. En su última visita a la zona logró descubrir un
extraño cementerio de metales retorcidos de procedencia desconocida. Aunque cree
imposible probar que se realizara un experimento militar, no duda que el origen
de la tragedia fue artificial. “Hay cosas muy extrañas en el caso. Cuando me
llamaron para identificar los objetos personales, hubo varios que no fui capaz
de reconocer: un trozo de tela parecida a la de una capa militar, trozos de
cristales y un par de esquís completos, así como otro partido en pedazos”,
señaló en una conferencia pronunciada el pasado mes de
febrero.
EL PASO DE
DYATLOV: PREGUNTAS SIN RESPUESTAS
Bajo el auspicio de la Fundación Dyatlov, el pasado mes de
febrero se reunieron en Ekaterimburgo (Rusia) seis personas que participaron en
la búsqueda de los estudiantes y 31 expertos independientes para buscar
respuestas sobre el accidente e intercambiar datos de las investigaciones
realizadas hasta el momento. La mayoría de los investigadores coinciden en que
los militares realizaron pruebas en el área que podrían haber sido la causa de
la muerte de los nueve esquiadores.
“Todavía carecemos de los documentos clave de la
investigación, por lo que seguimos solicitando al Ministerio de Defensa que nos
provea de dicho material para continuar nuestras investigaciones”, declararon
los participantes. La conferencia fue secundada por la Universidad Técnica de
los Urales, la Fundación Dyatlov y otras entidades no gubernamentales, que
llamaron al lugar del suceso el Paso de Dyatlov en honor a los estudiantes para
que sus muertes no caigan en el olvido.
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