sábado, 19 de enero de 2013


 


Desaparecidos

La patrulla transitaba por una carretera solitaria, de noche, y algo la seguía de cerca. César iba conduciendo; lo acompañaba la oficial Ortega, su habitual compañera de patrullaje.
Al notarla muy callada, César le preguntó:

- ¿Estás bien? No dijiste una palabra desde que salimos.
- Sí, es que estaba pensando en las desapariciones que han ocurrido.
- A mí también me tiene intrigado el asunto, sobre todo porque los desaparecidos regresan, pero no cuentan qué les pasó.
- Tal vez no lo hacen porque no fue algo malo -opinó Ortega, mirando muy seria a su compañero.
- ¿Estás bromeando? Claro que debe haber sido algo malo. Lo realmente extraño es que… -César calló porque divisó un vehículo en el costado de la ruta-. Allí hay algo, un auto -le indicó a Ortega-. Vamos a ver qué pasa.

Detuvo la patrulla cerca del auto. Con las linternas encendidas comprobaron que el conductor no estaba adentro. César fue iluminando el campo que llegaba hasta la ruta, y el haz de luz descubrió a un hombre que estaba parado entre los pastos, dándoles la espalda.

- ¡Señor, gire lentamente hacia aquí, con los brazos en alto! -le ordenó César. El tipo volteó y levantó los brazos-. ¿Usted es el conductor de este auto?
- Sí, oficial, es mi auto.
- ¿Qué estaba haciendo ahí? ¡No baje los brazos, y venga lentamente, sin movimientos bruscos!
- Sentí ganas de bajarme. En muchos kilómetros no hay ni una estación de servicio ni nada…

Le hizo varias preguntas más. Sabía que el tipo ocultaba algo, pero no podían retenerlo sin una prueba. Revisó el auto pero no encontró nada. Ortega, en vez de ayudarlo, se limitó a observar al tipo, lo miraba directo a los ojos, y él hacia lo mismo.
César tuvo que dejarlo ir. Cuando quedaron solos le reprochó a su compañera:

- ¿Qué diablos fue eso? No me apoyaste, ¿conocías al tipo?
- Hasta ahora no, pero estamos conectados. Pronto tú también lo estarás -respondió ella.
- ¿¡Qué!?…

De pronto sopló un viento muy fuerte, arremolinado, y los pastos del campo se sacudieron hacia todos lados, y volaron briznas y hojas. César se cubrió la cara con el antebrazo-. ¡Pero qué está pasando!
Cuando el viento paró, hizo que nuevamente el haz de luz recorriera el campo, y esta vez iluminó a cinco seres humanoides, delgados, de andar extraño, que caminaban en su dirección, y detrás de ellos había una nave oscura.
Cuando fue a desenfundar el revolver, ella se lo impidió, sujetándole el brazo con increíble fuerza, e inmediatamente se ubicó detrás de él para sujetarle el otro brazo.

- ¿Qué haces Ortega? ¡Suéltame!
- Ya no soy Ortega. Si te resistes va a ser peor, no luches…

Los seres se fueron acercando. César no podía escapar del agarre de lo que fuera su compañera, y gritó con todas sus fuerzas, y los seres extendieron sus manos hacia él, y uno le cubrió la cara con sus delgados dedos, fríos y húmedos como la piel de un reptil.
Al amanecer la patrulla regresó a la cuidad. Sus ocupantes iban callados, ahora se entendían sólo con la mirada.

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