domingo, 6 de enero de 2013

Mitos y leyendas
La Yacumama
Tradición, mito o leyenda son los relatos que desde tiempos inmemoriables van de boca en boca entre los habitantes de la selva, estremeciéndolos de pavor, especialmente en las noches de luna cuando un abuelo los cuenta.

En lo profundo de un bosque impenetrable por su exuberante vegetación, había un lago muy poco conocido por los que vivían en las proximidades de ese lugar.
Simulaba ser sumamente tranquilo, apacible, en suma, un remanso de paz; pero, lamentablemente era lo contrario.
Así lo aseveraban quienes habían llegado a él, pues sabían que tenía "madre" y que ella celosamente cuidaba ese lugar, persiguiendo sin piedad al que por desgracia se atrevía a pescar en sus aguas.
Así llegó cierto día un pescador que siguiendo el curso de un riachuelo desembocó en el; desde el primer momento que lo vio, se sintió feliz porque creía que era el primero en llegar y pensó: al fin podré realizar una "pesca milagrosa" en esta laguna olvidada, que debe estar llena de peces.
Infelizmente no fue así; al penetrar en el lago, lo primero que hizo fue ubicar un lugar para arrojar su tarrafa y aunque se sentía intrigado por el movimiento del agua, siguió remando confiado; pero el vaivén continuo de su canoa, siguió preocupándole hasta que sintió que algo salía del fondo del lago.
Rápidamente volvió para averiguar que era eso, y vio una terrible cabeza, suspendida a casi un metro de altura sobre la superficie del agua moviendo su monstruosa figura de orejas paradas y sacando su lengua puntiaguda.
Inmediatamente dio vuelta su canoa, metió su remo con fuerza hasta el fondo del agua para impulsarse mejor y en esos instantes apremiantes para colmo de males, notó que las plantas de la orilla venían a su encuentro, cerrándole el pase como si obedecieran a no se qué designio; terriblemente asustado, giró su cabeza para ver que ocurría con la fiera y comprobó que ella le perseguía a toda velocidad.
En ese momento, aterrorizado levantó sus ojos al cielo y clamó ayuda al Dios
Todopoderoso, convencido que él no podía hacer nada para librarse con vida de ese monstruo lacustre.
Y realmente, el Señor escuchó su súplica, porque inexplicablemente cayeron al lago cuatro sachavacas peleando y mordiéndose como fieras, produciendo un tremendo ruido.
Ese terrible estruendo asustó a esa serpiente, que no era otra cosa que la terrible Yacumama, que velozmente se sumergió en su lago.
Incomprensiblemente, las plantas acuáticas también volvieron a su posición inicial y todo quedó en calma, pues hasta las sachavacas se escaparon viendo a la horrible Yacumama.
El pescador que advertía estupefacto todo cuanto sucedía. No quiso perder un segundo más, y se alejó de este fatídico lago, antes que la Yacumama le cerrara el paso nuevamente.
Lamentablemente no llevó ni un solo pez, porque "la madre" de esa laguna no quiso regalarle sus pacos, sardinas, sábalos, bujurquis, lizas y gamitanas.
AI respecto, se cuenta que cuando alguna persona común se acerca a las orillas y penetra a esos lagos encantados, se desata sorpresivamente una tormenta infernal que hace zozobrar la embarcación y la persona se ahoga irremediablemente.
La Runamula
Cuando no hay luna y la noche sin estrellas provoca miedo al más valiente.
Cuando el ruego de los mecheros tiembla agitado por la brisa que estrella silbidos contra los techos de hojas de shebón, cuando los zancudos flojean buscando su diario alimento; cuando el sabio Urcututu llora tristezas ajenas y el Maquía murmura oraciones inventadas quien sabe si por Dios o el diablo, entonces una furtiva sombra cruza las calles, rozando levemente el suelo con sus pies descalzos.
Busca la Iglesia cuya cruz blanquea en la oscuridad. Una puerta se abre y la sombra entra a la parroquia. Entonces, el Urcututu, cuyos ojos ven el destino, vuela hacia el
Campanario y ora largamente. De repente, otra sombra cruza la plazoleta, casi arrastrándose entre las pomarrosas, mientras se abre una ventana. Compadre por aquí, y la sombra recta como una serpiente por la pared de madera. Comadre ¿y dónde está él?, hablan bajito. Se fue a chapanear.
Entonces el Urcututu, que todo lo ve, se posa en la pomarrosa más alta de la Plaza y llora su agorero canto.
El miedo se apodera de los que duermen cuando se oye un relincho cerca de la Iglesia. Calla, le dice Joshé a la mujer que está desvistiéndose, el cura y la Pirica están saliendo.
Salen a galope, hacia la trocha de la orilla del rió, una hermosa yegua negra, un blanco jinete. La Pirica, hermosa morena beata que todos los días reza, y el cura que la confiesa, un español colorado, van juntos en el pecado.
De pronto, otro galope alborota la Plazoleta. Es la Mañuca con su compadre Teocho. Dice: Joshé, recia yegua negra, jineteada por un bulto negro, que brinca locamente sobre los matorrales. Ven aquí y deja a las ronamulas en paz, dice la mujer, apretando sus labios rojos, carnosos, sensuales. Y mientras Joshé, completamente desnudo, entra al mosquitero, siente muy cerca la fragancia de las blancas y duras carnes de su comadre Teresa Poiquiñas. Sonríe excitado. Entonces el Urcututu, pájaro de la noche que todo lo sabe, posándose en el techo de esa casa, llora, larga, burlonamente
Los Diablos del Monte
Don Lobo, un experto montaraz, iba casi a diario cazar Huanganas en un monte lejano y solitario. En la búsqueda de los cerdos salvajes, encontró un día, un bosque de wicungos con sus frutos ya maduros, frutos que son el alimento predilecto de estos animales salvajes. Los recogió pacientemente y llenó su bolsa de chambira.
En el suelo, quedaban aún las frescas pisadas de las Huanganas. (Son de una gran manada), se dijo a sí mismo don Lobo. Esa información fue suficiente para él y retornó a su casa contento de su suerte. Al día siguiente regresó al mismo lugar para levantar una barbacoa, una especie de altillo, desde donde dispararía a sus presas.
Como era un experto, no tardó demasiado tiempo en construir la barbacoa. Sacó sus pertrechos de caza. Sus cartuchos envueltos en un plástico, su infaltable cigarro siricaypi y su linterna de cuatro pilas. Su cuchillo nuevo de cocina brillaba en lo alto.
Después de regar los wicungos debajo del árbol, el montaraz se subió a la barbacoa y templó rápidamente su mosquitero viendo que los zancudos aparecían por miles. Y antes de entrar a refugiarse de los insectos frotó su cuerpo con unas hierbas hediondas, para que los animales no sientan su presencia.
Y mientras esperaba la llegada de la manada de Huanganas, pensó: “Si vienen cien Huanganas en la manada, trataría de matar sólo cincuenta", se decía emocionado, pero los cerdos no llegaban, y seguía hablándose a sí mismo: “con cincuenta tengo para sacar quinientos soles, si es que me pagan a diez cada una. Más las pieles, que los venda a tres soles nomás, son ciento cincuenta, sumando obtendría seiscientos cincuenta, hasta les podría hacer una rebajíta..."
Sacando sus cuentas, el montaraz, ocupaba su mente en la soledad del monte. Pero, los animales no aparecían y la noche avanzaba, felizmente para don Lobo la luna alumbraba el bosque con su luz amarilla y en los claros era fácil distinguir a cualquier animal.
De pronto, comenzó a percibir el griterío de los animales. “¡Ya vienen!", se alegró el montaraz.
Inmediatamente preparó su arma. Cargó su linterna con las pilas nuevas que había comprado en la bodega, y por una rendija del mosquitero, con el cañón del arma hacia afuera, espiaba atento cualquier movimiento.
Repentinamente los gritos se alejaron, al parecer, las Huanganas habían elegido otro wicungal ese día.
Al poco rato, le sobrevino un sueño al cazador, y para no dormirse encendió su cigarro. Y ocupó su mente otra vez para no caer en los brazos de Morfeo. “Con la plata de la venta, me compraré dos pashnas preñadas. Que nazcan, pues, seis de cada parto, tendría doce, más las dos madres, tendría catorce. Cuando crezcan y se empreñen, nacerán..."
A las doce de la noche, cuando cabeceaba de cansancio, unos gritos extraños le despertaron. El sabía que las voces no eran de las Huanganas, ni de los Sajinos, era ya muy tarde para que sean ellos, por eso prestó mayor atención. Después de unos minutos vio, que por el camino de los cerdos, se acercaban hacia él varios hombres, humanos como nosotros, vestidos de negro y con el rostro cubierto hasta la nariz por un trapo rojo.
Se sentaron debajo del altillo. Prendieron sus lámparas y sobre una mesa improvisada comenzaron a jugar a las cartas. Apostaban bastante dinero. Jugaban con monedas que brillaban como si fueran de oro.
Don Lobo, un hombre que no le tenía miedo al monte, ahora sí que empezaba a asustarse. Pero, lo que le daba valor era que los extraños no se habían dado cuenta de su presencia.
Terminado el juego se entretuvo escuchando durante horas algunas historias de cómo esos hombres se habían perdido en la inhóspita selva. Contaban, con lujo de detalles, lo que les había pasado. Uno de ellos contó que encontró en su camino a un hombre que le hizo perder en el bosque con mentiras de encontrar mejor caza en la falda de un cerro. Otro contó que una manada de tigres negros comenzaron a perseguirle día y noche, pero que, aparentemente no le querían comer, sino asustar.
El montaraz, que ya estaba a punto de dormirse cuando llegaron los diablos, se despertó del todo al oír una historia que le impresionó, dijo el hombre, que regresando de mantear, sus perros lo desconocieron y comenzaron a ladrarle como si fuera un extraño. Dijo que trató de conquistarles con caricias, pero los canes no permitían que se acerque.
Entonces no tuvo más remedio que hacer uso de su arma y matarlos. Y al rato, después de estar muertos, los perros se levantaron, y así heridos le perseguían todo rabiosos, y cuando le alcanzaban le desgarraban las piernas a mordiscones: Entonces, para escapar de los sanguinarios perros se trepó a un árbol en donde esperó la noche, y se salvó de los malditos canes cuando, por arte de magia, desaparecieron al ver que unos hombres vestidos de negro llegaban a jugar las cartas.
Don Lobo, ahora sí que estaba aterrorizado, pero, aún pensaba. Al notar que el aguardiente se les había terminado a los shapshicos, lanzó un chorro de orina haciendo caer sobre la mesa de juego.
¡Vino del cielo!.......¡Vino del cielo! - gritaban alegres los diablos. .
Y agarrando sus vasos trataban de embocar en el cañito. Los hombres. de negro se disputaban el líquido que luego tomaban saboreándolo y como estaban borrachos ya no distinguían los sabores.
Al llegar la madrugada, los diablos se despidieron citándose para la próxima semana. Don Lobo, aún desconfiado, se bajó de la barbacoa con la esperanza de que a alguien se le hubiere caído, por lo menos una monedita. Su sorpresa fue muy grande, debajo del árbol no había quedado ninguna huella de gente extraña.
Entonces el montaraz regresó a su casa preocupado. Y antes que lIegara a sus linderos sus perros comenzaron a ladrarle y a morderle las piernas como si no le conocieran. Entonces don Lobo no tuvo más remedio que matarlos y regresarse al monte.
El Hechizo de la Lupuna
En el pueblo escuchamos hablar de la Lupuna colorada. y queríamos conocerla, sabíamos que era un árbol frecuentado por malvados hechiceros.
Entonces nos internamos en el bosque por una senda oculta tapizada por hojarascas húmedas. Ibamos saltando de tronco en tronco para no pisar las espinas de las ñejillas. Sus finas espinas regadas por todas partes retardaban nuestra penosa caminata.
Encontramos palmeras despojadas de sus hojas maduras y árboles derramando su savia de llanto como mudos testigos que mucha gente transitaban esta selva. Serpientes asustadas se deslizaban al sentir nuestra presencia, Iguanas verdes y camaleones que cambiaban de color, nos miraban sorprendidos, pero sin atreverse a dar un paso.
El calor sofocante y la humedad del bosque nos hacían sudar a chorros. Y de pronto, debajo de la sombra del cormiñón frondoso, un alivio intenso con el aire fresco.
Después de horas de andar, avistamos la sobresaliente copa de la Lupuna colorada. Pero, no estaba tan cerca como pensamos. Tuvimos que caminar unas horas más.
Finalmente, el gigante árbol colorado con su característico tallo ventrudo estaba al frente de nosotros. Vientre anormal en los árboles. Impresionante barriga, presto a reventar con su savia si la abundancia se lo permitiera. En la Lupuna colorada no había nadie, ni vivos ni espíritus. Nos llamó la atención los cortes perfectos de hábiles bisturíes en su grueso tallo. Al parecer, alguien desollaba su corteza para extraerle algún misterio.
Habíamos escuchado que en los ratos solitarios y de sepulcral silencio, un brujo experto en atar y desatar conjuros la visitaba a menudo. Dicen que espera que en el bosque no haya visita alguna para que prepare, al pie del árbol, su mate espeso con la soga de la borrachera.
Luego, toma un tazón con el brebaje amargo y comienza su rito acompañado de cánticos nasales. Da vueltas sobre sí siguiendo un círculo imaginario alrededor de la Lupuna. Hace ademanes con la mano levantada implorando al árbol que le dé favores. Y de rato en rato, lanza quejidos, como si se tratara de algún animal herido, y llama la atención, el silbido de serpiente que emite cuando entra en trance.
Cuando el brujo está seguro que la Lupuna le dará el favor, saca de su bolsa una prenda de la víctima, le dobla con sumo cuidado, le escupe una flema verdosa, y tambaleante se acerca al vientre del árbol, y blandiendo su machete le da un corte perfecto que abre la dura corteza, y en la entraña de la Lupuna esconde la ropa del infortunado que desde ese momento comienza a tener sus días ya contados.
Pronto, el hechizo surte su efecto, la víctima, hombre o mujer sana, empieza a hincharse, especialmente el vientre. Y creyendo haber subido de peso, nadie repara en el mal, sino después, cuando ya no hay remedio para el enfermo.
Regresamos impresionados después de conocer de cerca a la Lupuna colorada, y en el camino nos encontramos con don Shanti, un brujo conocido. Y después de haber estado en el antro de la maldad, molesto le dije:
 
  
- Hola don Shanti, dicen que a cada rato te vas a la Lupuna, a qué pues te vas?
- Me voy a castigar el desamor, la infidelidad, el engaño. Me estoy yendo a hacerle un trabajito a mi sobrina. A la pobre, su novio le abandonó el día de su boda. Eso yo no perdono. Para mí es una burla. Acá en la tierra pagamos nuestros errores y yo les hago pagar a los desgraciados.
Después de haber escuchado su disertación sobre el bien y el mal, y antes que se moleste, nos despedimos del vengativo brujo.
Personajes Místicos
CHULLACHAQUI: Es un pequeño demonio capaz de transfigurarse en cualquier humano o animal silvestre, está caracterizado por tener pies desigual, un lado humano y otro de caprino. Se encuentra en la espesura del bosque como falso guía para extraviar a los caminantes, modula voces familiares, rumores y gritos de la sinfonía selvática.
YACURUNA: Hombre del agua que sale a la superficie para raptar a las mujeres de su agrado y llevarlas a convivir en las profundidades de los ríos. Se le describe como un ser humano pero con la cara hacia atrás.
YARA: Sirena que vive en las profundidades de los ríos y lagos de la selva, es una demonia que atrae a los hombres y se les lleva a convivir. Es descrita como una bella mujer de formas perfectas, cabellos rubios, ojos azules y piel de nácar.
RUNA MULA: Simboliza el adulterio, la dama seducida por un amor prohibido se transfigura en una yegua silvestre cabalgada por un jinete cruel que le castiga arrancándole relinchos estridentes. Hace su aparición en las noches oscuras como una alerta a los confiados maridos contra la infidelidad, los alaridos de la bestia agitan y sacuden la conciencia de las adúlteras reviven los celos de los maridos burlados generando sentimientos de venganza.
AYAYMAMA: Llanto de hijos abandonados en el bosque por la pobreza de sus padres. El espanto, hambre, desamparo determinaron la muerte de los niños cuyos quejidos agónicos tomaron cuerpo de un pajarillo planillero que perpetua en la selva el llanto de esas criaturas diciendo ayay mama, lanza sus trinos llorones en las noches de luna con una expresión doliente, conmovedora casi humana, le describen como un pajarillo diminuto parduzco y de pecho prominente.
EL BUFEO: Es el delfín del río, existen hasta tres clases: colorado, plomizo y negro. Son mamíferos, de respiración pulmonar, disparan choros de agua cuando salen a respirar. El más grande es el colorado que llega a medir hasta cuatro metros. Es una limento inofensivo que se alimenta de peces, no es comestible y solo se aprovecha su manteca con fines brujeriles o medicinales

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