Historia
de la montaña que truena (Chile)
ANTOLOGÍA
LEYENDAS Y MITOS INDÍGENAS
"El hombre
primitivo, inmerso en una naturaleza a menudo hostil, trató de explicarse los
fenómenos, la vida que lo rodeaba, con ficciones alegóricas. Nacieron así los
mitos y leyendas, que marcaron el comienzo de una actitud religiosa.
Para
comprender a los pueblos es importante volver los ojos atrás y escudriñar en el
pasado remoto".
Del libro: "El Mundo de Amado". Leyendas de Tierra del Fuego.
Lucía Gevert.
Leyenda Mapuche
HISTORIA DE LA MONTAÑA QUE
TRUENA
Cuentan que hace muchísimo tiempo vivía en la cordillera un
pueblo de guerreros, un pueblo al que los otros llamaban "El enemigo
invencible". No tenían vecinos ni aliados, porque el primero que se animaba a
entrar en su territorio sin autorización era esclavizado o aniquilado. Dicen que
no hubo país donde las piedras y las flores fueran más rojas, porque allí la
sangre de las guerras había penetrado hasta las capas mas profundas de la
tierra. Entre los invencibles no había lugar para los débiles: los niños mamaban
el valor, de los pechos ceñidos de sus madres y allí mentándose con carne cruda
se convertían en hombres altos y fuertes como montes.
Este pueblo tuvo un
jefe valiente y formidable llamado Linko Nahuel, el “tigre que salta”. Era tan
valeroso como feroz, y cuentan que si alguien hubiera podido navegar en los ríos
de sus venas hubiera visto hervir la sangre. Entre todas las montañas del país
de Linko Nahuel se distinguía el pico nevado del cerro Amun-Kar, el monte
sagrado que es el trono de Dios. Dominaba el paisaje con sus laderas que subían
verdes y boscosas. A veces, la montaña se transformaba, lanzaba humo y fuego
hacia el cielo, bombardeando a los Mapuches con rocas
incandescentes que
parecían las tokikuras de Dios. Y la gente le tenia más miedo que a la furia de
Linko Nahuel.
Un amanecer, mientras acampaban en el gran valle que se
encontraba a los pies del Amun-Kar, los centinelas, bajaron corriendo las
laderas para contar lo que habían visto. Miles y miles de enanos armados,
avanzaban por la cuesta de la
montaña sagrada.
Linko Nahuel sintió
como la cólera le subía por el pecho, como sus brazos ansiaban descargar un
golpe contra los invasores que ni permiso habían pedido; él los aplastaría, una
vez más la sangre correría por las sendas y los arroyos. Pero Linko Nahuel
también era astuto, y conocía el valor de los planes. Por eso llamo a sus
segundos y les ordeno:
“Vayan a entrevistarse con el jefe de los enanos.
Cúbranse con cueros de guanacos y puma, píntense la cara del modo más horroroso
y adórnense con las plumas de choike más largas y oscuras que tengan. Y sobre
todo, ya saben, mirada severa y pocas palabras. Así los intimidaremos. Ya van a
ver cuando
comiencen la retirada, ahí caeremos sobre ellos”.
Los
emisarios se fueron confiados, pero volvieron humillados y furiosos a rendir
cuentas ante Linko Nahuel: - “Los enanos son gente de montañas y planean
quedarse a vivir en el Amun-Kar, no conocen tu nombre y no tienen miedo de la
ira de Dios. Son tan chiquitos como un anchimallen, pero hay que reconocer que
son valientes y tantos, que cuando nos rodearon no veíamos nada mas
allá”.
Entonces Linko se dispuso para la guerra y partió. Trepaban la
cuesta, cuando sorpresivamente los enanos se lanzaron desde arriba sobre ellos,
hiriéndolos con miles de flechas y lanzas diminutas. Defenderse era difícil.
Linko alentaba a los suyos para alcanzar a los pigmeos, pero estos se protegían
detrás de paredones y salientes, y desde allí empujaban la nieve y piedras que
caían en alud sobre el ejercito invencible. Los enanos eran muchos y rodearon a
los mapuches. La tierra y la nieve se teñían de sangre, y Linko Nahuel,
enfurecido, pedía refuerzos con gritos desaforados.
Los enanos se dieron
vuelta y comenzaron a huir con extraordinaria agilidad montaña arriba dejando
atrás a Linko Nahuel, que los perseguía. Pero los guerreros de Linko eran gente
de los valles y de las hondonadas y no podían competir con sus enemigos, que
milagrosamente se perdieron de vista.
La trampa estaba tendida: los
enanos salieron de sus escondites y los atraparon uno por uno.
El cacique
de los enanos dictaminó su sentencia: “Todos los prisioneros mapuches deberían
subir hasta la cumbre y desde allí serian precipitados; él último en caer sería
Linko Nahuel, para que viera la muerte muchas veces antes de dar su último
salto”.
Penosamente subía el tigre derrotado pisando por primera vez las
rocas de la cima. Cuando el enano dio la orden de detenerse ataron a los
prisioneros de pies y manos y comenzó el castigo.
Empujaron al primer
mapuche al precipicio. Erguido y rígido, Linko miraba la distancia, ese paisaje
nuevo que no lo dejaba recordar, que aplacaba por primera vez su sangre
huracanada. Entonces se escucho el primer estruendo, los estallidos interiores
de la montaña de Dios. Las rocas volaron en mil pedazos. Un viscoso lago de
fuego arrastró a los mapuches y enanos, que mezclaron sus gritos y quedaron
confundidos en la misma ceniza.
Y Dios dispuso que los dos jefes se
sentaran frente a frente, para que contemplaran juntos el horror, provocado por
la osadía de llevar la guerra a su montaña. Para que el castigo fuera eterno los
convirtió en piedra; y desde ese entonces fueron cubiertos muchas veces por la
lava ardiente o el hielo,
condenados a escuchar el tronar intermitente de su
furia. Por eso la gente del valle ya no llama al cerro Amun-Kar sino Tronador, y
dicen los mapuches que los dos caciques esperan en vano el día en que Dios se
duerma y puedan despertar ellos
para vengar a sus pueblos.
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