miércoles, 16 de enero de 2013

Un sabroso prodígio

Siempre he sido bastante escéptico en el tema relacionado a los milagros de santos y mártires, posiblemente por la falta de documentación o la lejanía temporal en la que acontecieron los hechos, conociendo el poder de manipulación que desde siempre ha existido en según qué ámbitos religiosos. Pero el caso que os traigo hoy desmonta por completo mis dudas, pues ocurrió hace tan apenas unas décadas y con muchísimos testigos, muchos de ellos todavía con vida y que contemplaron con sus propios ojos el prodigio que os relato a continuación.
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Todo sucedió un frío 23 de enero de 1949. El hambre y la pobreza de la posguerra está presente en toda España y, sobre todo, en las provincias más rurales donde miles de personas subsisten gracias a los comedores benéficos regentados por religiosas. Entre estos lugares está la Institución Benéfica de San José, en Olivenza, pequeño pueblo de la provincia de Extremadura. En la institución pacense  hay muchas niñas hospedadas y al mediodía, los más pobres de los alrededores acuden hasta allí con la intención de llevar algo caliente hasta sus estómagos.
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Leandra Rebollo, la cocinera del hospedaje, no está hoy de buen humor. Las donaciones a la institución en los últimos días han sido prácticamente inexistentes y se encuentra ante la tristeza de tan solo tener tres tazas de arroz (750 grs) para verter en la enorme olla. Hoy los pobres no comerán y para las niñas internas, apenas llegará para engañar sus estómagos.
Mientras vierte el arroz en la olla, le viene a la mente la imagen del beato Fray Juan Macías, místico natural de Ribera del Fresno, pueblo cercano donde había nacido la propia Leandra, a la vez que pronunciaba las palabras:
“Hoy, beato, los pobres sin comida”.
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Dejando el arroz cociendo, salió de la cocina para realizar otras tareas y al rato, cuando volvió para moverlo un poco, quedó totalmente perpleja ante lo que había sucedido: la enorme olla en la que estaba cocinando su exigua cantidad de arroz, se encontraba totalmente llena, aunque no se había derramado ni un solo grano. Esto era totalmente imposible, Leandra era una cocinera experta y sabía muy bien que con la cantidad de arroz que había introducido, al engordar, no habría superado más de una cuarta parte de la olla.
Leandra salió nerviosa en busca del sacerdote para relatarle lo ocurrido, pero el cura se encontraba ausente, aunque la madre de éste acudió para comprobar lo que le había narrado Leandra. Todavía estupefactas por el milagroso hecho, distribuyeron el arroz de la primera olla en otra similar, porque tal cantidad no habría podido cocer bien en una sola. Ante el revuelo montado en la cocina, otras mujeres de la comunidad acudieron prestas y fueron también testigos de lo que continuó ocurriendo. Ante sus ojos, observaron como el arroz de ambas ollas volvió a crecer hasta dejarlas de nuevo rebosantes. Algunas salieron a las calles de Olivenza al grito de “¡Milagro, milagro!”, y la noticia corrió como la pólvora en toda la localidad.
Por causa del nerviosismo y el estupor,  a la cocinera se le olvidó condimentar el cocido, añadir más agua y templar el fuego de carbón, pese a todo esto, según testimonio de los posteriores comensales, aquel plato fue el arroz más sabroso que habían probado en su vida. La multiplicación del arroz tuvo lugar durante cuatro horas y, donde en un principio tan solo había cantidad para mal alimentar a las niñas del hospedaje, comieron más de trescientos comensales, muchos de ellos llegados incluso de las poblaciones cercanas, que corrieron hasta allí cuando se enteraron de la prodigiosa noticia. Muchos comieron el arroz muchas horas después de haber sido cocinado y, pese a ello, el arroz se mantuvo en su punto exacto, como si estuviese recién cocinado.
Los prodigiosos hechos no tardaron en llegar, vía Obispado de Badajoz, al vaticano. El papa Pío XII puso en marcha dos comisiones de investigación; una a cargo del dominico Benito Gangoiti y otra constituida por un tribunal del propio Obispado de Badajoz.
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Mural conmemorativo en la fachada del centro parroquial de Olivenza.
Muestras del milagroso arroz fueron enviadas a analizar a diferentes laboratorios de Valencia, donde los peritos tan solo llegaron a la conclusión de que aquel era arroz normal y corriente, y que con la cantidad de 750grs inicial, en ningún caso se podría haber superado un volumen de más de 2,5 litros tras la cocción. Se investigaron las declaraciones de Leandra, en las que contaba que veía como cuando removía el arroz, surgían del interior de la olla nuevos granos crudos. Según un segundo análisis pericial llevado a cabo por el profesor Giovanni Petrocini, director del Instituto de Química de Perusa, y por el profesor Angelo Bianchi, director del Instituto Universitario del Cultivo del Cereal en Roma, aquel arroz, tras más de cuatro horas de cocción, debería haber estado hecho una pasta, y como he contado más arriba, el arroz estaba en perfectas condiciones.
Pese a las decenas de testigos que vieron con sus propios ojos el milagro y pese a las pruebas periciales que señalaban que no hubo ningún truco aquel día. El vaticano tardó más de veinticinco años en pronunciarse al respecto, admitiendo al fin que aquello fue un prodigio divino, tan solo comparable al de la multiplicación de los panes y los peces de las sagradas escrituras.
A día de hoy, la multiplicación del arroz de Olivenza es el único milagro de esta índole reconocido por la iglesia.

Fray Juan Macías

El milagro de Olivenza fue el hecho que llevó a la canonización a Juan Macías en el año 1975, aunque ya en 1837, el papa Gregorio XVI lo beatificó basándose en diversos prodigios documentados.
El religioso extremeño nació en el año 1585 y falleció en Lima en el año 1645, tras una vida plagada de hechos i. En Ribera del Fresno, su pueblo natal, existe un museo en lo que fuera su casa natal y donde se conserva una de las ollas que obraron el milagro de Olivenza, aparte de lienzos y documentos de interés. Según se cuenta, con tan solo ocho años de edad, el pequeño Juan tenía visiones en las que se le aparecía otro niño que decía ser Juan el Bautista, quien lo acompañaba siempre, aportándole consejos y predicciones. El primer milagro atribuido a Juan Macías data de aquella época y es muy conocido en la localidad; se cuenta que mientras sacaba a pastar su rebaño, Juan encontró a otro chico que realizaba la misma labor y que lloraba entristecido ante la boca de un profundo pozo. Cuando Juan le preguntó sobre el motivo de sus sollozos, el chico le dijo que uno de sus cerdos había caído en el interior del pozo y que estaba preocupado por la reprimenda que le daría su padre. Juan le dijo que no se preocupara y se acercó al pozo mientras le rezaba a la virgen. Entonces el agua del pozo comenzó a subir y el cerdo salió a la superficie con vida. Desde entonces, el “pocito de Juan Macías” se conserva como lugar especial y muchos son los peregrinos que acuden a visitarlo, convencidos de que sus aguas son curativas y milagrosas.
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Pozo de San Juan Macías
Ya en Lima, otros hechos milagrosos se le recuerdan, como aquella vez que se desató un fuerte terremoto y mientras Juan y oros religiosos corrían intentando escapar del convento de Santo Domingo, escuchó la voz de la virgen que le dijo que se quedaran en un lugar en concreto. Y, milagrosamente, todo el convento se vino abajo menos el lugar exacto en el que las virgen les indicó que se quedaran.
Más tarde, en las labores de reconstrucción, los trabajadores cortaron más de la cuenta una viga de madera que debía de sostener la techumbre, los obreros comenzaron a discutir sobre quién había sido el culpable de la chapuza, en ese punto llegó Juan y les dijo que no se preocuparan, bendijo la viga y ordenó subirla, misteriosamente, la viga de madera había crecido los centímetros suficientes para poder ser encajada a la perfección. Muchos más hechos milagrosos se le atribuyen al beato en aquellas tierras Peruanas, como curaciones milagrosas, levitaciones, el poder leer el pensamiento y predecir el futuro y sobre todo, la habilidad para multiplicar el alimento que repartía entre los pobres.
Treinta años después de su muerte, su cuerpo permanecía incorrupto y continuaba realizando milagros, como el de un monje con una hernia estrangulada, que sanó tras poner la imagen del santo sobre la zona afectada.
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En el distrito limeño de San Luis, Fray Juan Macías es venerado en un templo que se levantó en su honor en 1970 y todos los años, los peruanos sacan en procesión los restos del santo por el casco antiguo de la capital.
Así ocurrió y así se cuenta. ¿Qué opinión tenéis al respecto?
Posteado por Sinuhé. Tejiendo el Mundo.
Fuente:
Información extraída de un artículo de Jose Manuel Frías, leído en Monográfico número 57 de la revista Más Allá.

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