LA LEYENDA DE ZOMBIES: LOS MUERTOS VIVIENTES
ZOMBIES: LOS MUERTOS VIVIENTES
Clarivius Narcisse, el zombi más famoso del mundo: “Morí el 3 de mayo de 1962 y fui enterrado aquí, al día siguiente. Me metieron aquí debajo y estuve más de dos días sepultado. Después vinieron a buscarme”.
Los zombis han formado parte de nuestras pesadillas desde que éramos niños. Eran tan sólo un mal sueño del que nos despertábamos sudorosos y aterrorizados, pero con la convicción de que ese ser existía sólo en nuestra imaginación. Sin embargo, en la actualidad podemos afirmar que estos seres que amenazaban la tranquilidad de nuestros sueños infantiles constituyen una triste realidad en determinados lugares del mundo.
No existen fuentes fiables que sitúen el origen del término zombi. Podría descender del vocablo congoleño Nvumbi, que significa “cuerpo sin alma”, o Nsumi, en congoleño “demonio”. Otros autores consideran que es una palabra acuñada por los criollos de las Antillas. Pese a la confusión sobre el origen del término, su significado está bastante claro si nos referimos a este terrorífico ser con las palabras “muerto viviente”.
La primera referencia a los zombis se encuentra en la novela de Paul Alexis Blessepois, “Pierre Corneille: Le Zombi du Grand-Perou ou la Comtesse de Cocagne” (1697). La creencia en los muertos vivientes no se popularizó hasta principios del siglo XX, cuando la Compañía Americana de Azúcar Haitiano (HASCO) comenzó a exigir más mano de obra para recolectar la abundante producción de caña de azúcar. La leyenda cuenta que fue entonces cuando los brujos vudú comenzaron a efectuar la magia negra para crear trabajadores sumisos y cobrar el importe de sus salarios.
La leyenda cuenta que la zombificación se lleva a cabo por un bokor (sacerdote de vudú) que mediante magia negra arrebata el alma de su víctima cuando ésta se halla moribunda o acababa de fallecer. Para mantener anulada su voluntad, el brujo conserva el alma del desgraciado en una botella. Una vez más, se cumple la manida expresión de que la realidad supera cualquier ficción. Los zombis existen, pero son personas que han permanecido en un estado de muerte aparente gracias al uso de determinadas sustancias venenosas. A finales del siglo XX, el canadiense Wade Davis, profesor de antropología y etnobotánica en Harvard, viajó a Haití para estudiar la veracidad de la leyenda de los zombis. Los resultados de su investigación conmocionaron al mundo. Davis no sólo afirmó que los zombis existían, sino que existen sustancias que permitirían transformar a una persona en un zombi. En sus obra “Passage of Darkness: The Ethnobiology of the Haitian Zombi” (1988), Davis informaba que los brujos utilizaban dos tipos de sustancias para llevar a cabo su macabra labor. La primera de ellas le permitiría reducir a la víctima a un estado de muerte aparente durante días. La víctima sería enterrada por sus familiares, que dejarían así el camino libre para el brujo. El ingrediente principal de esta sustancia sería la tetrodotoxina (TTX), un poderoso veneno que se extrae del pez globo y que administrada en grandes dosis puede generar un estado de muerte aparente o catalepsia en el individuo. Una vez la víctima ha sido enterrada, el brujo la “resucitaría” mediante una sustancia desconocida, que algunas fuentes identifican como datura estramonium, una planta alucinógena conocida popularmente en Haití como pepino zombi.
Las aportaciones de Davis sobre los zombis no se limitaron a ese punto, sino que divulgaron la historia de un muerto viviente real: Clarivius Narcisse, al que se considera el primer zombi reconocido por la ciencia. Davis pudo divulgar su historia gracias al doctor Lamarque, director del centro de psiquiatría y neurología que trató a Narcisse. Éste fue encontrado el 18 de enero de 1980 vagando semidesnudo en las afueras de Gonaives, su pueblo natal. Una partida de defunción emitida el 3 de mayo de 1962 certificaba que había muerto en el hospital haitiano Albert Schweitzer, en Gonaives. Cuando Narcisse se recuperó lo suficiente para contar su dramática experiencia, sus palabras dieron la vuelta al mundo. Clarivius explicó detalladamente el ritual de zombificación al que había sido sometido. Durante más de dos años trabajó como esclavo en una plantación. Cuando ésta cerró, fue abandonado hasta que tuvo la suerte de llegar a su pueblo, donde fue recogido por un hospital psiquiátrico y tratado por el doctor Lamarque. La terrorífica odisea de Narcisse motivó que medios de comunicación enviados de todas partes del mundo se desplazaran a Haití para entrevistar al protagonista de una de las exclusivas más importantes de la época. Ante una de esas cámaras de televisión, Narcisse enseñó su tumba y contó su terrorífica historia: “Ésta es mi tumba, aquí es donde me enterraron. Cuando fallecí me metieron en esta tumba. Yo morí el 3 de mayo de 1962 y fui enterrado aquí al día siguiente. Me metieron aquí debajo y estuve más de dos días sepultado. Después vinieron a buscarme. Me llamaron. Oí que me decían, -¡levántate!-, y yo me levanté y salí de la tumba contestando a los que me llamaban. Estaba muy agitado. Me senté en la tumba y me amarraron los brazos con cuerdas. Después me tuvieron trabajando en una plantación durante dos años y nueve meses…”. Un valioso testimonio que es el recuerdo de la vivencia de un personaje que, según citan algunas fuentes, ya ha pasado a mejor vida. (Esperemos que esta vez el anuncio de su muerte sea real y no la pantomima de 1962).
En Haití, los zombis son una terrorífica realidad que forma parte del día a día. Según informan los investigadores españoles Iker Jiménez y Carmen Porter en su libro “Milenio3: El libro” (Aguilar, 2006) el temor de las familias a que sus seres queridos sen convertidos en zombis determina que cuando mueran sean enterrados en las parceles o jardines de sus casas. En la ley tradicional del vudú la pena máxima no es la condena a muerte, sino la zombificación. La sal es el antídoto popular contra la zombificación. Las categóricas afirmaciones de Jiménez y Porter están respaldadas por dos directores de documentales de televisión, Juan José Revenga, presidente de la Sociedad Geográfica y Antropológica Española y productor de documentales en Televisión Española y Juan José Revenga, de Transglobe Films, quien llegó a sufrir en su propia carne un intento de zombificación.
La existencia de una ley haitiana que prohíbe expresamente la zombificación es objeto de una acalorada polémica periodística. Mientras que unos la niegan (quien sabe si por desconocimiento o por escepticismo mal entendido) otros, como Iker Jiménez, llegan incluso a citarla. El artículo 249 del Código Penal de Haití establece: “Cualquier persona que intente quitar la voluntad a otra por medio de hechizos será castigada con la prisión. Peso sí, intentándolo, llega a causar la muerte, será acusado de homicidio”. Asimismo, Jiménez y Porter afirman en su citado libro que en el año 2002 un edicto institucional haitiano recomendó a las familias que enterraran a sus muertos boca abajo y sin ataúd, para evitar que el zombi pudiera alcanzar la superficie de la tierra excavando en la dirección equivocada.
La todopoderosa industria del cine ha contribuido a banalizar la figura del zombi mediante un género saturado que se inicia en 1932 con la película estadounidense “La legión de los hombres sin alma”, dirigida por Victor Halperin. En su mano está, estimado lector de MundoMisterio, creer o no el contenido de este reportaje. En Haití algunos individuos someten a otros mediante drogas, simulando su muerte. Quizás lo mejor sería refugiarse en nuestro escéptico mundo y seguir pensando que los zombis son un mal sueño de niños.
Eso sí, no se olviden tener siempre a mano un puñado de sal, que aunque no vaya a salvarles del ataque de un zombi, siempre es buena para la salud.
Los zombis han formado parte de nuestras pesadillas desde que éramos niños. Eran tan sólo un mal sueño del que nos despertábamos sudorosos y aterrorizados, pero con la convicción de que ese ser existía sólo en nuestra imaginación. Sin embargo, en la actualidad podemos afirmar que estos seres que amenazaban la tranquilidad de nuestros sueños infantiles constituyen una triste realidad en determinados lugares del mundo.
No existen fuentes fiables que sitúen el origen del término zombi. Podría descender del vocablo congoleño Nvumbi, que significa “cuerpo sin alma”, o Nsumi, en congoleño “demonio”. Otros autores consideran que es una palabra acuñada por los criollos de las Antillas. Pese a la confusión sobre el origen del término, su significado está bastante claro si nos referimos a este terrorífico ser con las palabras “muerto viviente”.
La primera referencia a los zombis se encuentra en la novela de Paul Alexis Blessepois, “Pierre Corneille: Le Zombi du Grand-Perou ou la Comtesse de Cocagne” (1697). La creencia en los muertos vivientes no se popularizó hasta principios del siglo XX, cuando la Compañía Americana de Azúcar Haitiano (HASCO) comenzó a exigir más mano de obra para recolectar la abundante producción de caña de azúcar. La leyenda cuenta que fue entonces cuando los brujos vudú comenzaron a efectuar la magia negra para crear trabajadores sumisos y cobrar el importe de sus salarios.
La leyenda cuenta que la zombificación se lleva a cabo por un bokor (sacerdote de vudú) que mediante magia negra arrebata el alma de su víctima cuando ésta se halla moribunda o acababa de fallecer. Para mantener anulada su voluntad, el brujo conserva el alma del desgraciado en una botella. Una vez más, se cumple la manida expresión de que la realidad supera cualquier ficción. Los zombis existen, pero son personas que han permanecido en un estado de muerte aparente gracias al uso de determinadas sustancias venenosas. A finales del siglo XX, el canadiense Wade Davis, profesor de antropología y etnobotánica en Harvard, viajó a Haití para estudiar la veracidad de la leyenda de los zombis. Los resultados de su investigación conmocionaron al mundo. Davis no sólo afirmó que los zombis existían, sino que existen sustancias que permitirían transformar a una persona en un zombi. En sus obra “Passage of Darkness: The Ethnobiology of the Haitian Zombi” (1988), Davis informaba que los brujos utilizaban dos tipos de sustancias para llevar a cabo su macabra labor. La primera de ellas le permitiría reducir a la víctima a un estado de muerte aparente durante días. La víctima sería enterrada por sus familiares, que dejarían así el camino libre para el brujo. El ingrediente principal de esta sustancia sería la tetrodotoxina (TTX), un poderoso veneno que se extrae del pez globo y que administrada en grandes dosis puede generar un estado de muerte aparente o catalepsia en el individuo. Una vez la víctima ha sido enterrada, el brujo la “resucitaría” mediante una sustancia desconocida, que algunas fuentes identifican como datura estramonium, una planta alucinógena conocida popularmente en Haití como pepino zombi.
Las aportaciones de Davis sobre los zombis no se limitaron a ese punto, sino que divulgaron la historia de un muerto viviente real: Clarivius Narcisse, al que se considera el primer zombi reconocido por la ciencia. Davis pudo divulgar su historia gracias al doctor Lamarque, director del centro de psiquiatría y neurología que trató a Narcisse. Éste fue encontrado el 18 de enero de 1980 vagando semidesnudo en las afueras de Gonaives, su pueblo natal. Una partida de defunción emitida el 3 de mayo de 1962 certificaba que había muerto en el hospital haitiano Albert Schweitzer, en Gonaives. Cuando Narcisse se recuperó lo suficiente para contar su dramática experiencia, sus palabras dieron la vuelta al mundo. Clarivius explicó detalladamente el ritual de zombificación al que había sido sometido. Durante más de dos años trabajó como esclavo en una plantación. Cuando ésta cerró, fue abandonado hasta que tuvo la suerte de llegar a su pueblo, donde fue recogido por un hospital psiquiátrico y tratado por el doctor Lamarque. La terrorífica odisea de Narcisse motivó que medios de comunicación enviados de todas partes del mundo se desplazaran a Haití para entrevistar al protagonista de una de las exclusivas más importantes de la época. Ante una de esas cámaras de televisión, Narcisse enseñó su tumba y contó su terrorífica historia: “Ésta es mi tumba, aquí es donde me enterraron. Cuando fallecí me metieron en esta tumba. Yo morí el 3 de mayo de 1962 y fui enterrado aquí al día siguiente. Me metieron aquí debajo y estuve más de dos días sepultado. Después vinieron a buscarme. Me llamaron. Oí que me decían, -¡levántate!-, y yo me levanté y salí de la tumba contestando a los que me llamaban. Estaba muy agitado. Me senté en la tumba y me amarraron los brazos con cuerdas. Después me tuvieron trabajando en una plantación durante dos años y nueve meses…”. Un valioso testimonio que es el recuerdo de la vivencia de un personaje que, según citan algunas fuentes, ya ha pasado a mejor vida. (Esperemos que esta vez el anuncio de su muerte sea real y no la pantomima de 1962).
En Haití, los zombis son una terrorífica realidad que forma parte del día a día. Según informan los investigadores españoles Iker Jiménez y Carmen Porter en su libro “Milenio3: El libro” (Aguilar, 2006) el temor de las familias a que sus seres queridos sen convertidos en zombis determina que cuando mueran sean enterrados en las parceles o jardines de sus casas. En la ley tradicional del vudú la pena máxima no es la condena a muerte, sino la zombificación. La sal es el antídoto popular contra la zombificación. Las categóricas afirmaciones de Jiménez y Porter están respaldadas por dos directores de documentales de televisión, Juan José Revenga, presidente de la Sociedad Geográfica y Antropológica Española y productor de documentales en Televisión Española y Juan José Revenga, de Transglobe Films, quien llegó a sufrir en su propia carne un intento de zombificación.
La existencia de una ley haitiana que prohíbe expresamente la zombificación es objeto de una acalorada polémica periodística. Mientras que unos la niegan (quien sabe si por desconocimiento o por escepticismo mal entendido) otros, como Iker Jiménez, llegan incluso a citarla. El artículo 249 del Código Penal de Haití establece: “Cualquier persona que intente quitar la voluntad a otra por medio de hechizos será castigada con la prisión. Peso sí, intentándolo, llega a causar la muerte, será acusado de homicidio”. Asimismo, Jiménez y Porter afirman en su citado libro que en el año 2002 un edicto institucional haitiano recomendó a las familias que enterraran a sus muertos boca abajo y sin ataúd, para evitar que el zombi pudiera alcanzar la superficie de la tierra excavando en la dirección equivocada.
La todopoderosa industria del cine ha contribuido a banalizar la figura del zombi mediante un género saturado que se inicia en 1932 con la película estadounidense “La legión de los hombres sin alma”, dirigida por Victor Halperin. En su mano está, estimado lector de MundoMisterio, creer o no el contenido de este reportaje. En Haití algunos individuos someten a otros mediante drogas, simulando su muerte. Quizás lo mejor sería refugiarse en nuestro escéptico mundo y seguir pensando que los zombis son un mal sueño de niños.
Eso sí, no se olviden tener siempre a mano un puñado de sal, que aunque no vaya a salvarles del ataque de un zombi, siempre es buena para la salud.
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